sábado, 22 de agosto de 2009

Bienvenidos al paraiso.

La llegada de Punta Cana a Madrid ha sido horrible. He experimentado en mi propia piel el jetlag y no es muy agradable que digamos... Los dolores de cabeza se han convertido en mi estado normal, ésta es la tercera noche que no pego ni ojo y espero, por mi bien, que sea la última.
Pero bueno, no voy a pintarlo todo tan oscuro, al menos el viaje ha merecido la pena.
Tras el trayecto en avión de ocho eternas horas, llegamos a un eropuerto pequeñito que parecía estar formado por cabañas con tejados de cana (planta abundante en Santo Domingo a partir de la cual se obtuvo el nombre de Punta Cana), pero a la vuelta descubrimos que el aeropuerto era algo más que unas simples cabañitas. Recopilamos nuestras maletas (que por cierto, fueron de las últimas en salir) y una abalancha de dominicanos se nos acercaron para llevarnos las maletas al autobús que nos llevaría a nuestro hotel.
Una vez nos percatamos de la grandiosidad de la entrada al hotel nos pusieron las "benditas" pulseras que te daban via libre para consumir todo aquellos que desearas en el momento que lo pidieras.
Nos instalamos en las habitaciones y desaparecí con mi hermano para dar una vuelta por el hotel y ver (a tientas) la playa. Más tarde regresamos a la habitación, nos pusimos un poco más elegantes y bajamos a cenar (un buffet con alimentos y bebidas acordes con todas las nacionalidades).
El resto de días transcurrieron lentamente, disfrutando cada segundo, cada grano de arena blanca que jugaba entre los dedos de tus pies, cada baño en esas aguas turquesas y transparentes, cada baile de merengue, cada excursión, mi ansiado baño con delfines, cada piña colada, cada paseo en barco, el trato de los dominicanos y sobre todo la relajación de estar tirada en una hamaca tomando el sol sin que nada ni nadie te moleste...
En resumidas cuentas he disfrutado, tal y como decía Eduardo (un empleado dominicano del hotel), de unas vacaciones en el PARAISO.

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