Nunca he sido muy de despedidas. De hecho, es muy probable que sea una de las personas que más odia las despedidas del mundo. Recibir a alguien es diferente, eso me apasiona, pero a la hora de decir adiós…
De hecho tengo una manía un tanto curiosa. Cuando estoy en una cena multitudinaria, una fiesta, un plan familiar o cualquier evento de masas; a la hora de despedirme, siempre dejo para el final a la persona/as que más me importan, a quienes más quiero. Mis mejores amigas, el niño de turno, mi primo favorito, esa persona a la que llevabas tiempo sin ver, la amiga que está de visita, el amigo que se fue a trabajar fuera, etc. Cada cual en su momento.
El tema es que, por mucho que deteste decir adiós, sabía que no podía marcharme de aquí sin despedirme, sin dedicarle a este rincón unas palabras.
No voy a insistir en lo que este blog ha sido para mi, porque creo que después de estos años y no sé cuántos posts, lo tenéis bastante claro. Sin embargo, me hace ilusión contaros lo que he aprendido del 2009 a esta parte, cómo he ido cambiando desde entonces, y, por supuesto, daros las gracias por leer cualquier post sin conocerme; aunque fuera pinchando en mi enlace al buscar la palabra “caballo”, “amistad” o “amor” en Google.
Aquí se han quedado mis ex novios, las amistades pasajeras (o compañías, porque lo pasajero no es amistad), mis creencias en la mejor amistad entre un hombre y una mujer, la admiración por determinadas personas o lugares, la costumbre de ir a Green, los años de universidad con sus respectivas juergas y salidas de lunes a domingo, los rencores, las primeras impresiones, mi errónea concepción de “vida perfecta”, la pereza a la hora de levantarme, y todo lo negativo que ha intentado arrastrarme a ser y sentir de una manera de la cual no me sentiría orgullosa.
Pero no sólo he ido dejando cosas por el camino, sino que he aprendido muchas más. He aprendido a ver más allá del aspecto físico, a no juzgar a una persona sin conocerla, ni mucho menos opinar sobre ella sin conocer las condiciones de su vida que le han hecho ser como es. He retomado la relación con personas que valen muchísimo y que siempre han estado y estarán cuando sea el momento. He aprendido que tenemos que cuidar a los amigos, porque valen su peso en oro. Que hay que dar para recibir, pero que recibir no tiene que ser el motivo por el que das. Que, lo mejor de lo mejor, es decir “te quiero” y que te respondan que “también te quieren”. Que la música mueve el mundo y a las personas, animales y plantas. Que no soy capaz de tener una mascota, porque siempre acaba siendo mi madre la que se encarga del trabajo duro. Que es cierto aquello de que “los amigos son la familia que nos permitimos elegir” y que la familia es algo incondicional, una fuente de amor infinita. He aprendido que los padres también lloran y que su amor, a veces, puede llevarles a hacer cosas que se escapan de nuestra razón. Que un hermano, aparentemente, puede no tener nada que ver contigo, pero si le dedicas más de cinco minutos al día, te das cuenta del mundo tan descomunal que lleva por dentro y de lo realmente parecidos que sois. Que cuando llevas una semana sin pasar por casa, nada más que para cambiarte, comer y dormir, echas de menos la sensación de hogar y las conversaciones y risas de tardes que se convierten en noches.
He aprendido que no somos nadie, que somos un punto en medio de un universo infinito; por lo que, cualquier problema que tengamos, es una chorrada. He aprendido que todo en esta vida tiene solución, “menos la muerte y hacienda”. Que nacemos solos y nos morimos solos, así que por muchos palos que te de la vida, tenemos que tirar para adelante y sacarnos las castañas del fuego, porque si no, nadie lo hará por nosotros. Que sentarte a esperar que la vida pase de largo y que las soluciones caigan del cielo, no sirve para nada; hay que levantarse e ir a por todas. Que si realmente quieres algo, pero sólo realmente, nada ni nadie puede hacerte cambiar de opinión, y lucharás por ello a capa y espada. Que hay razones que el corazón no entiende, y corazonadas que se escapan a la razón. Que hay personas realmente buenas en el mundo, no hay que buscarles la vuelta, son buenas y punto; y por la misma regla de tres, hay personas que llevan la maldad totalmente calada y, por muy loco o increíble que nos parezca, son capaces de eso y más. Que la gente no cambia. Las personas nacen buenas, y en sus primeros diez años de vida absorben todo lo que ven o escuchan, y eso es lo que encauza su forma de ser, sentir y actuar. Por esto, el carácter y los sentimientos de una persona echan raíces en su interior, y hacen que viva acorde a todo ello, siendo totalmente incapaz de cambiar. Quizás cambie temporal o aparentemente, pero al cabo de unos años o con ciertas cosas que le ocurran en la vida, saldrá la persona que realmente es. También he aprendido que sin valores no somos nada. Que la educación es la base de cualquier sociedad, y que sin ella no vamos a ninguna parte; pero no hablo sólo de buenos modales, hablo de multiplicar el respeto y dividir el egoísmo.
Me he dado cuenta de que me encanta escribir, y cada vez más; y de que, si quiero, soy capaz de escribir un libro. Que la cultura es algo maravilloso y que el arte, lo comprendas o no, sigue siendo arte y es algo que perdura en el tiempo. Que un libro puede hacerte reír, llorar, meditar, e incluso cambiar un día de tu vida. Que hay que saber valorar cada cosa en su contexto y evitar individualizarlo todo. Que “tú eres tú y tus circunstancias”, y eso no significa que la gente que te rodea sienta, actúe u opine de la misma manera, y no por ello son inferiores o debes desecharlos. Que la risa es la mejor cura del mundo entero, y en compañía mejor que mejor. Que hay que dejar marchar a las personas que no quieran quedarse, porque retenerlas es engañarlas y engañarte. Que cuando la vida te avisa de algo, hay que hacer caso, porque luego te estrellas y llegan los llantos. También he aprendido a llorar donde me pille; de alegría, de pena, por una canción o porque me apetece, y punto. Aunque puedo ser más fuerte que nadie y tragar lo que haga falta.
He vivido en primera persona lo que es un jefe insoportable y otro que es un encanto y que, cuando te llama la atención, es por tu bien. Que la justicia no está a la orden del día, pero por mucho que nos empeñemos, no depende de nosotros cambiarlo. Haría falta siglos de coherencia y progreso social. Que la vida laboral y el funcionamiento de una empresa, por mucho renombre que tenga, es exactamente igual que como te lo describen en las películas y te cuenta la gente. Que, en esta vida, hay que estar ojo avizor en todo momento, y que cuando no te das cuenta ya te han puesto la zancadilla. Por eso hay que saber reaccionar ante todo y estar preparado para saber reaccionar y responder en el momento adecuado. Porque el momento y el lugar es algo crucial. Si sabes dónde y cuándo, puede cambiar la historia por completo.
He aprendido que cuando me da la gana puedo enrollarme como las persianas, pero eso ya lo sabíamos todos, no es novedad. Así que voy a parar de escribir; que “lo bueno, si es breve, dos veces bueno”. Además, debería estar haciendo otras cosas, para variar.
Espero que esta despedida os haya llegado a todos. Os deseo lo mejor en el camino que nos queda por recorrer (que no es corto) y mucha, muchísima felicidad.
Nos vemos pronto.
Mayma